Cuando la sangre. (4)

El conde esperaba a Marie al pie de la escalera con un extraño fulgor en sus ojos y una sonrisa de satisfacción. Ella bajó los primeros escalones con indecisión; estuvo tentada de recogerse un poco el traje tirando del faldoncillo con sus manos, pero de alguna manera fue consciente del efecto que producía el volante deslizándose con majestuosidad sobre el mármol impoluto, y entonces su paso se hizo más firme, pese a que todavía se encontraba débil y cansada.

─ Esta usted bellísima, Marie. Acompáñeme al salón, por favor ─le dijo, tendiéndole el brazo.

Tras las puertas de roble había una sala enorme de suelo brillante como un espejo y techo tan alto que no se podía apreciar al detalle el artesonado. La decoración, como en toda la enorme casa, era de un gusto exquisito, si cabe algo recargada. Ante el recargado ventanal se encontraba una mesa alargada en la que se podría sentar a no menos de doce comensales sin estrecheces. Tenía una silla en cada extremo, candelabros de plata repartidos a todo lo largo en perfecta simetría y un espectacular centro de mesa cargado de flores naturales. El conde la acompañó a uno de los extremos y le acercó la silla con elegancia.

─ Creo que ya puedo darle la bienvenida a mi hogar. Espero que hasta ahora todo haya sido de su agrado.

Entraron en ese momento el mayordomo de faz pétrea y librea impecable seguido de varias criadas cargadas con bandejas que empezaron a servir los entremeses. El conde se levantó y le sirvió personalmente una copa de Riesling.

─ Creo que le gustará este suave vino blanco, nos lo traen directamente desde Alsacia.

─ De nuevo no sé como agradecerle sus atenciones, conde.

El conde, de vuelta en su asiento, asintió con un ademán y bajó levemente la cabeza.

─ Y yo le insisto en que no tiene por qué. Por cierto, llámeme Piotr, por favor. Veo que se encuentra usted mucho mejor, ¿no es así?

Marie tuvo que inclinarse para poder sortear todo el aparataje que había sobre la mesa y poder mirarle a la cara.

─ Gracias a sus atenciones ─ dudó ─, Piotr.

─ Eso esta muy bien, Marie. Entonces ya es momento de ocuparnos del motivo que la ha traído a estas tierras. Me han contado que ha venido usted en busca de Eric, su marido.

─ Así es. ─ respondió Marie desde la distancia, inclinándose esta vez hacía el lado derecho para poder verle.

─ Ha estado usted preguntando insistentemente por él a las gentes del pueblo, haciéndose entender a base de gestos y, por lo que dicen, mucho me temo que no ha podido averiguar nada.

─ Nada en absoluto, Piotr, pero ¿Cómo sabe usted…? ─ Esta vez se incorporó para mirarle por encima de las flores.

─ Este es un pueblo pequeño, Marie, y comprenderá que una mujer extranjera y hermosa haciendo preguntas por doquier no puede dejar de llamar la atención. Pero… noto que está usted incómoda. ¿Tal vez preferiría que prescindiéramos de formalidades y me sentara cerca suya?

─ Francamente, se lo agradecería, sí.

El conde se levantó de su silla y de inmediato, sin mediar palabra, la servidumbre trasladó silla, cubiertos, copas y platos con tal rapidez y destreza que cuando el conde llegó al extremo de la mesa, junto a Marie, pudo sentarse porque todo estaba ya en su sitio perfectamente colocado. Solo tuvo que volver a ponerse la servilleta sobre las rodillas.

─ Mejor así. Volviendo a nuestra conversación, le adelanto que tenemos ya a parte del servicio indagando por toda la zona para averiguar el paradero de su marido.

─ Pero, ¡eso es…! Conde, ¡no sabe como se lo agradezco!

─Piotr, por favor.

─Piotr. Estoy en deuda con usted. De hecho no comprendo por qué se toma tantas molestias…

─ Marie ─ el conde la miró fijamente a los ojos ─, usted ha hecho un viaje de miles de kilómetros desde París, sola, a la aventura, atravesando medio continente para buscar a su esposo, del que no sabe absolutamente nada desde hace varias semanas, y llega a un país del que no conoce el idioma, sin tener rastros ni referencias de él, expuesta a mil peligros y animada únicamente por la esperanza y el deseo de encontrarle. Le confieso que en toda mi vida jamás he podido ver una demostración de amor digna siquiera de compararse a lo que usted está haciendo. Entonces, Marie, ¿cómo no iba yo a ayudarla?

Las lágrimas que había logrado retener desde que se subió al tren en París asomaron por la comisura de sus ojos. El conde cogió el pañuelo de su chaqueta y se lo tendió con delicadeza. Le hizo un gesto con la mano para que no hablara y la dejó reponerse.

─ No se preocupe usted, Marie. Todo va a ir bien. He citado esta tarde a tomar el té a un grupo de personas que con seguridad van a ayudar en su búsqueda. Vendrá el doctor, el comisario Vureanu, Muresan, el alcalde, también el padre Paul y algunas otras autoridades.

Marie asintió con la cabeza.

─ Pero ahora es importante que me cuente por favor su historia con todo detalle, y no descarte ningún indicio que, por insignificante que pudiera parecerle, tal vez nos podría conducir hasta su marido. Aunque hemos iniciado ya la búsqueda, he querido esperar a que usted recuperara fuerzas para tener esta conversación que seguramente será dolorosa para usted. Pero es necesario, Marie.

Marie asintió, bebió un largo trago del suave vino alemán y empezó a relatar toda la historia de su búsqueda al conde, que le prestaba toda su atención y no la quiso interrumpir en ningún momento, asintiendo únicamente con la cabeza a cada nueva frase.

Así supo que Eric era un joven licenciado apasionado por la historia de la Europa oriental, sobre lo que estaba elaborando un estudio que abarcaba desde la constitución del imperio en Bizancio hasta la actual decadencia del imperio Otomano. Eric estaba especialmente interesado por la expansión del imperio otomano y en las guerras de conquista de las regiones de Transilvania y Valaquia. El mecenazgo de la academia de ciencias morales y políticas les permitía vivir, sin concederse muchos lujos, y fue la academia quien patrocinó el viaje de Eric a Valaquia para documentarse in situ. Desde que partió Eric le escribía regularmente, contándole sus avances y detallando los itinerarios que seguía o tenía previsto realizar. La última de sus cartas procedía de Curtea, fechada casi dos meses atrás, y desde entonces no había tenido noticias de él. Alarmada por la falta de noticias, cuatro semanas más tarde Marie reunió sus escasos fondos, compró los pasajes y emprendió a la desesperada el viaje que la había llevado hasta allí.

El conde la dejó descansar tras el largo relato, e hizo que sirvieran el segundo plato.

─ No dejo de admirarla a usted, Marie. Pero ahora quisiera hacerle algunas preguntas.

─ Por supuesto, Piotr.

─ En primer lugar, me cuentan de su interés por las ruinas de Poenari.

─ ¿Dice usted ruinas? –La cara demudada de Marie mostraba su profunda decepción al ver como caía su última esperanza.

─ Deje que le explique. La fortaleza de Poenari fue abandonada hace tres siglos. Pero su construcción es muy robusta, quedan en pie la estructura, los torreones y gran parte de los muros. El interior sin embargo está bastante más deteriorado. ¿A que se debe entonces su interés?

Marie se rehizo y logró contestar sin dejar escapar un sollozo.

─ Eric la citaba constantemente en sus estudios y también en sus cartas. Creo que él tenía mucho interés en visitarla pues seguramente esperaba encontrar allí huellas del pasado, hechos reveladores, documentos tal vez… era mi única posibilidad y ahora… solo quedan ruinas…

─ Así es, Marie. Poenari es, por desgracia, uno de los más grandes tesoros de nuestra historia que ha quedado abandonado a su suerte en lo alto de un acantilado. Los pueblos que no cuidan su historia, no protegen su futuro. ─ El conde miró a la muchacha compungida y se dio cuenta de su error ─ Perdóneme, se lo ruego, a veces me dejo llevar por la melancolía y… no quería parecer insensible… seguro que hay otras posibilidades. Tal vez estuvo allí, puede que haya dejado algún rastro. No se preocupe, iremos a Poenari si es necesario.

─ Se lo agradezco, me gustaría, aunque solo se trate de unas viejas ruinas. Pero, entonces, no alcanzo a entender por qué la gente se negaba a hablarme de Poenari. Créame que solo con pronunciar su nombre huían de mí despavoridos. Les producía un temor intenso, algunos se santiguaban y otros me miraban como si les estuviera preguntando el mismísimo diablo. Sin embargo, usted me está hablando de ese lugar con toda naturalidad.

El conde se permitió una sonrisa burlona.

─ Marie, comprenda que Eric, usted o yo somos personas instruidas que no nos dejamos asustar por cuentos de viejas. Poenari es un lugar cargado de historia, pero también de misterio. Circulan por la región viejas leyendas sobre maleficios, prácticas esotéricas, barbaries… Las gentes sencillas son crédulas, no se hacen preguntas, no se atienen a los hechos. Existe entre ellos un arraigado temor ancestral sobre esas viejas piedras, un temor que en cierto modo tiene algo de romántico, pero que sobre todo responde al velo que siglos de dominación de los otomanos impuso sobre nuestro pueblo para dominarnos, para enterrar a nuestros verdaderos héroes en el olvido o cargar su recuerdo de ignominia y desprecio. Los turcos tejieron una tupida red de mentiras que durante siglos ha nublado la razón de nuestros compatriotas y los ha alimentado con supersticiones, leyendas absurdas y todo tipo de supercherías. Marie, el miedo es una aplastante forma de dominación, y ellos lo impusieron aquí de forma sistemática.

El conde dejó los cubiertos sobre su plato ─apenas había comido nada─ y miró de nuevo a su invitada.

─ Marie, acompáñeme por favor.

Ella le siguió al fondo del enorme salón. Sobre la gran chimenea de mármol había un cuadro antiguo iluminado por dos candelabros, el antiguo retrato de un hombre de pelo largo con bigote alargado y facciones duras que presidía toda la estancia desde aquel lugar.

─ Este es el príncipe Vlad III, el más grande de todos los héroes de los que le hablaba. Fue el baluarte de Valaquia contra la invasión otomana durante el siglo XV. El reparó y engrandeció la fortaleza Poenari y desde allí resistió a los turcos hasta el día de su muerte. Si es preciso, como le digo, iremos hasta allí y buscaremos el rastro de su marido.

─ Se lo agradezco de todo corazón, pero no quisiera… ¿supondrá algún problema visitar Poenari? Será necesario pedir permiso, tal vez si hablo con esas autoridades que vienen más tarde…

─ El camino es largo, unos treinta kilómetros siguiendo la ribera del río Arges que podemos hacer en coche, o si usted es buena amazona a caballo. Pero es indispensable que usted reponga fuerzas antes: Para llegar a la fortaleza hay que subir una tortuosa escalera de mil quinientos escalones. Y no se preocupe por los permisos: la fortaleza y todas las tierras que la rodean son de mi propiedad. Marie, yo soy el último descendiente de Vlad Tepes.

 

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Reconozco que al principio tenía otras intenciones. Pensé en vampiros, y pensé en oscuridad, sangre y miedo. Ahora veo que ese camino era un atajo que seguramente a estas alturas ya estaría agotado, y sin embargo el curso que sigue ahora la historia me atrae mucho más. Así que ella manda, yo solo me estoy dejando llevar.

Por una vez no voy a ser modesto. Creo que tengo un buen villano. Es atractivo, educado, culto, elegante y, sobre todo, es compasivo. Un villano compasivo. Toda una contradicción que lo hace más…. ¿humano? Al menos, más creíble. Fijaos que todavía no ha asomado ni un solo resquicio de su (presunta) maldad. Y además hay un resorte en la historia que estoy tensando poco a poco. No hablaré de él para no hacer spoiler, os robaría una sorpresa (aunque es algo evidente). 

Pero me atrae la lucha interior de ese villano, y pienso explotarla (espero tener buena mano, ojalá). En estas historias el conflicto entre el bien y el mal suele ser exterior: hay dos seres, uno esencialmente bueno y otro esencialmente malo, que entran en conflicto. Sin embargo, creo que el conflicto es mucho más interesante cuando está en el interior de una de esas personas, o de ambas, que por tanto ya no son buenas o malas por definición, sino que son personas, con sus fortalezas y debilidades, con sus principios y sus defectos, y sobre todo con una lucha interna, un desequilibrio de valores que las vuelve imperfectas (en su bondad o en su maldad) y las hace por tanto muchísimo más interesantes. 

¿Me estoy subiendo el listón? Creo que sí. Pero, bueno, en el fondo esto no es más que un ejercicio. Otro ejercicio más. En realidad todos son ejercicios. Joder, si algún día escribo un libro, será como un libro de matemáticas, pero sin teoria: ¡solo ejercicios!

¡Basta ya de hablar de mi mismo! Esta historia este ejercicio tiene un propósito, un solo fin: complacer a Sadire, quién lo pidió. Y si me lo estoy currando tanto, aunque el resultado no sea bueno, al menos servirá para demostrarle lo mucho que me importa. Incluso, incluso, aunque sea una ché. ¡Muchas gracias por todo, compañera!

10 Comentarios

  1. La trama de la historia está muy bien, con buen estilo, mantienes la intriga y ya me parecía a mí que tardaban en aparecer los vampiros… ¿quizá se convierta en uno cuando vayan a Poenari?
    Y el trato exquisito con que trata a Marie, sería capaz de dejarme chupar la sangre por alguien tan buen anfitrión…
    Un abrazo.

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  2. Vi que publicaste la entrada ayer, estuve tentada de leerla a correprisa mientras vivía «mi vida detrás de esto», pero me contuve: quería leerla concentrada, sacarle su jugo porque sabía que habría mucho que exprimir, y no me equivoqué.
    Me gusta el camino que estás llevando, me gusta Vlad y me atrae por eso sé que será un buen malo. Marie apunta maneras, ya sabemos que es valiente y fuerte, ¿se rendirá al conde?, ¿deseará que le muerda?
    Estoy muy muy complacida y quedo a la espera de más, por mí (me gusta la historia) y por ti (sé que puedes escribir mucho más que un ejercicio, ya lo haces)

    Un apunte: «algo recargada. Ante el recargado ventanal» Sustituiría por un sinónimo uno de los dos «recargados».
    Besacos, Israel😘

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    1. Pues me encanta, estoy aprendiendo y si de paso te provoco un buen rato, mucho mejor. Te agradezco mucho estos apuntes, mejora la historia y mejoro yo. Sigue por favor, no te cortes, ya sabes que para mi las criticas son un regalo impagable.

      Creo que hoy tendré un par de capítulos más, en cuanto saque adelante todo el trabajo atrasado podré ponerme con esto: las ideas están ya, solo falta escribirlas.

      Y ahora te animo yo a tí, «tu mi luz», el arranque es muy bueno, engancha y promete, y veo venir que pronto entraremos en conflictos de más calado. Te conozco y tu no eres de arrumacos y besitos sin más, se ve venir marejada, pues, ¿que sería una relación sin vencer dificultades?
      Abrazacos!!

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      1. Como me conoces pillín…jijii

        PD: No soy editora ni mucho menos tengo un «méster» en ortografía y gramática, pero sí puedo hablarte como lectora y de los «apuntes» que yo haría.
        Besacos, Israel!

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